viernes, 14 de diciembre de 2007

EL CAMBIO CLIMATICO: ORIGEN Y CONSECUENCIAS

EL CAMBIO CLIMATICO: ORIGEN Y CONSECUENCIAS

Por Pablo Martínez Carranza(*)

Uno de los problemas ambientales que más preocupa a la Humanidad de nuestros días lo constituye, sin dudas, el calentamiento global o cambio climático al que inevitablemente se lo asocia con una serie de calamidades que se abatirían sobre nuestra especie y demás formas vivientes de todo el planeta.

Los medios no dejan un día sin acercarnos la opinión calificada de científicos de muy distinta procedencia y especialidades, con pronósticos muchas veces apocalípticos, sobre el futuro próximo. Vaticinando deshielos masivos de los glaciares en los polos -Groenlandia y la Antártida-, la elevación del nivel de los océanos y la invasión destructora de las costas y sus ciudades, así como, procesos inevitables de desertización, destrucción de suelos y una alucinante seguidilla de huracanes cada día más frecuentes y violentos.

Las Naciones Unidas no han podido sustraerse a la gravedad de esta problemática y han convocado a varias conferencias mundiales sobre el Cambio Climático, con el fin de reducir y prever el impacto de algo que se presume próximo y, en lo que talvez, ya estemos inmersos. De este manera e exige, a todas las naciones, medidas para frenar y atemperar sus efectos, ya que se intuye que gran parte del problema es de origen antrópico.

Los climas del pasado.

La Paleoclimatología nació en Alemania en la tercera década del siglo pasado, y se basa en que los datos climáticos del pasado han quedado registrados tanto en los estratos rocosos como en los fósiles de animales y plantas pretéritas, lo que permite con gran exactitud establecer las condiciones medioambientales reinantes en el momento de su depositación, posibilitando dilucidar la secuencia de los diferentes climas que ha soportado una región a través de su historia geológica.

Aquí llegamos a una primera e importante conclusión: en el devenir de los tiempos la ley es el cambio climático, mientras que la excepción es que el clima se mantenga invariable por lapsos prolongados de tiempo, por lo que el hombre no debería alarmarse hasta el espanto por algo que es connatural al planeta que habitamos.

Un ejemplo para tales variaciones lo dá la región actual del Sahara y su entorno circundante, de una desolación casi inaudita, pero de la que se poseen pruebas incontrastables que en un pasado no tan lejano albergaba un bosque tropical húmedo, con una rica flora y fauna de gran variedad.

Desde la Geomorfología -la ciencia de las formas terrestres y el labrado de los relieves- se ha revelado que con el paso del tiempo ha variado notablemente el clima; a los periodos lluviosos que denomina “biostasia”, caracterizados por una vida muy activa y diversa, se asocia una gran producción de potentes horizontes de suelos, al tiempo que se aminoran y hasta se anulan los procesos erosivos.

Por contraste, en tiempos de extrema sequedad o de climas desérticos, la erosión arrasa los suelos y toda la superficie expuesta es víctima de una erosión superlativa, con un esculpido a fondo de las rocas, periodo que se denomina de “rexistasia”.

Aquí arribamos por lógica a una segunda conclusión: mucho antes que nuestra especie colonizara la faz de la Tierra, el clima variaba y se tornaba cálido a frío, o se pasaba de períodos de alta pluviosidad a otros de extrema aridez, por lo que se impone que se investigue a fondo no sólo el accionar humano, sino la incidencia de causas naturales, que básicamente pueden ser de origen astronómico como geológicas.

Cómo dilucidar el origen

Los científicos han expresado con inocultable sabiduría que el clima es una ecuación con demasiadas variables como para resolver sus enigmas con simplificaciones; no debe existir al presente un problema a clarificar que sea de naturaleza tan interdisciplinaria como éste: climatólogos, meteorólogos, oceanógrafos, geólogos, geofísicos, geoquímicos, biólogos, paleontólogos, astrónomos, vulcanólogos, todos deben concurrir con sus aportes para esclarecer un fenómeno de tanta complejidad y, a la vez, de tantísima importancia para el futuro de la civilización humana.

Sólo una visión sistémica que aborde esta problemática como un todo interrelacionado permitirá vislumbrar el comportamiento de las geoesferas externas del planeta -litosfera, hidrosfera, atmósfera, biosfera y criósfera (hielos)- y como interactúan entre sí. Así, podremos mensurar lo más científicamente posible la energía que motoriza al sistema, tanto la externa en forma de radiación solar y energía cósmica, como la interna que proviene de los niveles profundos del planeta, equilibrio que hizo posible el milagro de la “vida” por miles de millones de años, pero que a nuestros ojos hoy se nos revela como saliéndose de control en una situación hostil y amenazadora.

Además, con optimismo, también deberíamos ver el lado positivo de estos cambios, como el caso concreto de la zona central de nuestro país que ha mutado de un clima semidesértico a subhúmedo en pocos años, con mayores precipitaciones anuales, lo que ha aumentado su potencial agrícola-ganadero.

Epílogo

La visión del pasado, tanto del clima como de la vida en todas sus formas, debe conducirnos a una esperanzada convicción de que se va a retornar a las condiciones que permitieron el explosivo crecimiento de la raza humana, cuando los formidables mecanismos de ajuste y de armonización con que afortunadamente cuenta el planeta, se conjuguen para retornar a la normalidad actual o a condiciones similares, aunque sería criminal e insensato desatender la cuota de responsabilidad que le compete al hombre en estas perturbaciones, causante en parte del desaguisado ambiental actual.

Afortunadamente crece de manera incontenible una conciencia medioambiental que terminará por imponer a pueblos, gobiernos y naciones, una política racional y ética en el manejo de los recursos naturales, el cuidado de la biosfera y su diversidad, el respeto a los océanos que operan como los grandes reguladores del clima en su condición de auténticos termostatos planetarios.

Podrán repetirse, sin duda, las pequeñas edades de hielo que ya conoció la humanidad por siglos, así como, se repetirán periodos de invernadero, pero estarán limitados en el tiempo y en una magnitud que no comprometa la supervivencia de las formas vida, incluida la humana.

De seguir en la irresponsabilidad suicida de muchas naciones, con un consumismo frenético y con una alocada ceguera ambiental, podríamos estar abriendo una caja de Pandoras.

Si perdura la cordura y sensatez del homo sapiens, decidiéndonos a vivir en armonía con la madre Tierra y todas las formas vivientes, acaecerán sin dudas los ciclos climáticos que se han venido sucediendo desde la consolidación del planeta que nos alberga, pero la “casa del hombre” seguirá comportándose como un sabio superorganismo de sorprendente vitalidad, capaz de autorrenovarse para seguir siendo por larguísimos periodos de tiempo y en el contexto del Cosmos infinito, un oasis de vida, la que en sus formas más excelsas culmina con la reflexión y la conciencia, dotando a sus privilegiados poseedores del don único de la libertad y de la dignidad irrenunciable de personas.

(*) Asesor del Centro de Derecho Ambiental del Colegio de Escribanos de la Provincia de Córdoba.-

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